Ahora ya no vale nada: ni dinámicas, ni sensaciones, ni estadísticas, nada. Ya no es tiempo de analizar, solo de salir, jugar y ganar. Con humildad, con respeto, pero con la mirada enajenada de aquel que sabe que tiene que no tiene opciones.
La UD Las Palmas debe entender, desde el minuto uno de partido, que no se va a ir vivo de Cornellá. Tiene que entender que por esos balones divididos va el futuro de nuestros jugadores, de nuestra entidad, de nuestro escudo y de las cerca de cuarenta mil almas y gargantas que estarán allí. Esos balones divididos, solo deben ser jugados si están dispuestos a arriesgarlo todo, porque nosotros no vamos a tener ninguna duda.
Aún arden las brasas de las hogueras que encendimos en San Juan, en aquella verbena mágica y que tenemos que volver a encender, por adelantado.
El 24 de mayo debe ser recordado como uno de esos días que le contaremos a nuestros hijos y nuestras hijas, que vivimos con la pasión de quien glorifica este deporte, que una vez más, le volvimos a plantar cara al dragón y que, por más que intenten lo contrario, seguiremos estando aquí.