Si hay un momento para olvidar rencillas, enfados, desacuerdos y discusiones entre pericos, ese es mañana. Como lo fue el año pasado en la final por el ascenso contra el Oviedo, y como lo ha sido en tantas otras ocasiones a lo largo de nuestra larga y dilatada historia, repleta de lágrimas y alegrías, aunque —todo hay que decirlo— demasiado descompensadas para lo que merece una parroquia como la blanquiazul.
Sabíamos que esta temporada no iba a ser un camino de rosas; estábamos avisados. Sin embargo, una plantilla Frankenstein, ensamblada a retazos, sin inversión alguna, pero liderada por un hombre de la talla y el temple de Manolo González, nos ha permitido soñar. Y, en algunos tramos del campeonato, incluso llegamos a creernos mejores de lo que en realidad éramos, tanto sobre el papel como sobre la pizarra.
Mañana hay que ir a muerte prestos y dispuestos a morir matando. Hay que lucir la blanquiazul con orgullo y vestirse con nuestras mejores galas, como en las grandes citas. Que no falten las bufandas y las camisetas fetiche, ni esos amuletos personales que cada uno guarda en sus cajones más íntimos y personales para sentirse más fuerte y seguro.
La pasada jornada nos tocó vivir uno de esos derbis que nunca querrías jugar. Se dieron las circunstancias que nadie deseaba, pero el equipo dio la cara y se partió el alma sobre el césped hasta donde pudo llegar. Y, por si fuera poco, a ello se sumó el terrible e incomprensible atropello múltiple que sufrieron algunos socios, entre ellos el gran Sergio Millán: un espanyolista de corazón que mañana no podrá estar en la grada alentando a su Mágico Espanyol y que, casi con toda seguridad, ni siquiera podrá seguir el partido desde la distancia y la frialdad de un hospital. Por él, por los que estamos, por los que estarán y por los que ya no podrán volver a estar, debemos demostrar una vez más que, unidos frente a la adversidad, somos más fuertes, más firmes e irreductibles que nadie.
El estadio se va a llenar hasta la bandera. El ambiente ha de ser infernal para el rival. Porque somos el RCD Espanyol, y este año celebramos la friolera de 125 años de existencia. Solos contra todos, contra viento y marea, aquí seguimos, a pesar de los pesares, con una afición más viva, más vibrante y despierta que nunca.
El miedo no forma parte de nuestro vocabulario existencial. Tenemos la certeza absoluta de que técnicos y jugadores se dejarán la piel por este escudo y por esta camiseta legendaria. Ya llegará el momento de rendir cuentas. Pero que sea con el equipo en Primera, donde nos corresponde.
Este sábado solo vale salir a ganar, como gladiadores en la arena, bajo el rugido del respetable enfervorecido, que no espera otro desenlace que la gloria que únicamente otorga la victoria. Es el momento de golpearse el pecho, de pasar por encima del contrincante como un elefante que aplasta sin piedad a una hormiga.
Poneos el cuchillo entre los dientes y mordedlo con ardor guerrero. Aunemos energías, positivas y férreas, porque también en nosotros recae la responsabilidad de honrar el legado de nuestros padres y abuelos, de mantener el orgullo perico en lo más alto, donde nuestro patrimonial y puro linaje, la historia, el coraje y la pasión siempre nos han transportado. Solos contra todos. Y más vivos que nunca.